martes, 23 de septiembre de 2014

Historia de un suicida y una gota de agua

Hoy está lloviendo. El cielo oscuro, derramando lágrimas, parece haberse puesto de acuerdo con mi estado de ánimo. Preferiría hacer esto un día soleado, pero no puedo posponerlo más. Ya han sido demasiadas las veces que he dado marcha atrás. Ya han sido demasiadas las veces que me ha dado tanto miedo que no he podido llegar hasta el final. Pero hoy es un día nuevo, diferente. Hoy está lloviendo. Y me siento capaz de acabar con esto. Seré una gota más de las que caen hasta el suelo.
Ya he dejado una nota pegada a la nevera, y he besado a mis hijos unas cuatrocientas veces. Solo espero no haberlos despertado.
Ellos son una lo único que me ha mantenido con vida hasta ahora. Dejarlos solos, abandonados a su suerte, no me parecía una opción. Pero ahora me doy cuenta de que no me queda otro remedio. Seguro que alguien se hará cargo de ellos cuando yo ya no esté, y llevarán una vida mejor de la que han llevado conmigo.
Subo a la azotea del edificio con paso seguro, decidido. Apenas dos pisos, pero cuando llego estoy cansado. Me asomo al borde y contemplo el suelo, a tantos metros de distancia. La lluvia cae con más fuerza, y empiezo a tener frío. Una gota resbala por mi cara y cae, cae, cae…La veo caer hasta que choca contra el suelo y desaparece. Pretendo unirme a ella pronto.
Ya se está haciendo de día. Debo darme prisa, antes de que alguien se despierte y me vea aquí arriba. Si adivinan mis intenciones, puede que intenten impedírmelo.
Pero mi valentía se disipa por momentos, y espero un segundo más, siempre un segundo más.
A la de tres: Una, dos…tres. Una, dos, tres…Mejor a la de diez.
Me pregunto qué pensarán cuando se levanten. Dos niños, solos, buscando a su padre por toda la casa. Probablemente tengan miedo, y acaben llorando. No puedo pensar eso. Si lo hago, me echaré atrás, como siempre hago. Y no puedo posponerlo más. No puedo. Ocho. Nueve.

Buscarán consuelo en el elefante de peluche que les regalé. Ese que ya está sucio y viejo, pero al que quieren como si fuera un ser vivo. Una vez, cuando no miraban, lo cogí y lo tiré. Me pareció que estaba demasiado roto, y que ellos merecían algo mejor. Lloraron y buscaron hasta dar con él. Puede que cuando vean que yo he desaparecido hagan lo mismo. Aunque no darán conmigo. Yo no estaré en el fondo del cubo de la basura de la cocina, sino abajo, mucho más abajo. Con las gotas de agua.
Nueve y medio.
¿Por qué intento retrasarlo? Es lo que yo he querido. Nadie me obliga.
Tal vez lo mejor sea dejarlo. Nunca seré capaz de hacerlo.
Tal vea lo mejor sea volver con ellos, esperar a que se despierten y ponerles el desayuno. Fingiendo una sonrisa, siempre fingiendo. Una sonrisa que oculta un corazón roto.
Pero ellos no deben saberlo nunca. Ellos son felices.
Sí, de no ser por ellos no habría aguantado tanto.
Me acerco un poco más al borde. No voy a rendirme esta vez. ¿No dicen que a la tercera va a la vencida? Pues a la decimosexta, también.
Intento no mirar abajo. Mejor mirar el cielo, gris y nublado. Ahora. Sin pensar. Ahora.
Nueve cuarenta y cinco. Cae otra gota de agua, helada y punzante. Vamos al mismo destino, pero ella no duda tanto como yo. Cómo me gustaría ser como ella.
Aunque a lo mejor, dentro de poco, consigo serlo. A lo mejor reúno el valor suficiente. A lo mejor caigo rodeado de gotas de agua y toco el suelo al mismo tiempo que lo hacen estas. A lo mejor consigo formar parte del bello espectáculo de la lluvia.
Ahora. Sin pensar. Ahora. Intento no mirar abajo. Mejor mirar el cielo, gris y nublado. Diez.




domingo, 16 de marzo de 2014

Seguiré gritando...

Sentir que no te escuchan. No hay oídos en el mundo que quieran oír tus palabras. Aunque no quieran saber, yo hablo.
Con la pequeña esperanza de que a alguien le interese mi historia. Pero mis lágrimas caen al vacío. Esos oídos están tan cerca de mi boca pero tan lejos de escucharme. No me comprenden. Y probablemente nunca lo hagan. Tal vez tenga una mente compleja, o simplemente no exprese bien lo que siento. Pero lo intento. Y no dejaré de intentarlo. Si los oídos están sordos, gritaré más alto. Algún día me oirán. Tienen que hacerlo. Deben hacerlo.
Gritos ahogados entre lágrimas, palabras que se pierden entre sollozos. Tal vez sea yo la sorda. Tal vez ellos sí me escuchen y sea yo la que no oye su respuesta. O tal vez estemos todos sordos. A lo mejor yo grito y ellos no me oyen, ellos gritan y yo no los oigo. Una conversación muda. Pero qué más da. Ya no importa. Después de todo, viene a ser lo mismo.
Un poco de ira, bastante furia, mucha impotencia y una gran tristeza. Oídos que no oyen. Labios que se mueven para pronunciar palabras que nunca llegarán a ningún lado. Ojos encharcados, hundidos, desesperados. Y un pequeño brillo de esperanza. Seguiré gritando. Cada día más alto. Puedo prometer y prometo que alguien oirá mi historia.